Adiós a los abrazos, adiós a los adioses.

Alejandra Monroy V.
4 min readJul 25, 2020

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El lunes 20 de julio cumplí cuatro meses de rigurosa “cuarentena”. Mis salidas a lugares públicos se limitaron a ir a la farmacia dos veces, mis otras necesidades básicas se han cubierto gracias a una increíble red de apoyo y los servicios contratados por internet. Soy muy afortunada, mi estancia en casa ha sido cómoda y apacible; puedo realizar mi trabajo sin problemas y disfrutándolo, salir a caminar, despertar rodeada de aves y árboles y estar permanentemente comunicada con “el exterior”.

Una insensible soberbia me hizo asegurar, durante las primeras semanas, que estaba “disfrutando” el encierro. Si bien la pausa obligada y la ausencia de la eterna prisa me ayudó a recuperar fuerza después de los meses más complicados de mi vida y tenemos una excepcional oportunidad para replantear y mejorar nuestra forma de vivir, no hay manera de decir que la pandemia sea beneficiosa para alguien.

Pasan los días y cualquier casa se convierte en claustro, la montaña rusa del ánimo cada vez tiene pendientes más pronunciadas, las charlas más animadas terminan en pesimistas: “no se ve para cuándo, esto parece eterno, ni modo, hay que aguantar”. Cada día extrañamos algo o añoramos cosas que antes parecían insignificantes. Lo que antes simplemente estaba ahí, ahora parece extraordinario, lo antes cotidiano es ahora un fenómeno lejano.

Yo extraño, sobre todo, a las personas o, más particularmente, abrazar a ciertas personas. Extraño el beso en la frente que le daba a mi papá cuando llegaba a su casa, el cariño que me hacía en la mano al recibirlo. Necesito abrazar a mi madre y tomar su mano mientras platicamos de cualquier cosa; quiero estrechar a mis hermanos y sobrinos, que Santi se acurruque junto a mí mientras me cuenta de una serie nueva, que María y Cristóbal, un poco de mala gana, me den un beso y me digan “hola, Ale”; que mis otras bestiecillas me hagan bromas y luego con un abrazo me digan: “¡Eh! No es cierto”. Qué lejanos parecen los días en que él, con sus brazos largos, me abarcaba toda, que triste es perder a quien te abrazaba bonito.

Sí, soy una persona de abrazos, no es que ande repartiéndolos por doquier, pero me gusta ese contacto, el abrazo largo del amigo que hace mucho no veías, el corto y sorprendente de quien conociste virtualmente y por fin ves en persona, el cariñito que se da a los cumpleañeros, el cálido consuelo de quien te ve llorar y con su contacto te dice que te acompaña y vas a estar bien.

Un virus nos robó los abrazos y los besos, pero la verdadera tragedia es que también nos robó los adioses. No hay día en el que no me paralice la idea terrible de no poder despedirse de alguien amado que murió en estos tiempos. No importa si falleció o no infectado por COVID-19, los duelos han quedado cancelados, la muerte y las pérdidas se llevan en soledad, sin la compañía de la familia y los amigos, sin el consuelo de quienes comparten tu dolor, sin la ceremonia que inventamos para sobrevivir cuando alguien importante deja nuestras vidas.

Morir y sufrir solos es ahora nuestra posible realidad. ¿Cómo sobrellevar ese horror? No hay empatía que alcance para confortar a la distancia a los millones de personas que perdieron a sus seres amados o para orar por los que estuvieron solos en sus últimos momentos. Perdimos los adioses y sus rituales, no hay soledad que duela más que esta.

En México hace años que la muerte violenta nos va sitiando, cada vez más personas ven salir de sus casas a familiares por última vez, sin volver a tener noticias de ellos; miles de madres tienen años buscando a sus hijos, ubican y cavan fosas confrontando el deseo de no encontrar una prenda conocida, con la esperanza de por fin tener una certeza, un adiós.

¿Seremos más conscientes de esta realidad ahora? ¿Qué vamos a aprender? ¿Seguiremos indiferentes ante el dolor ajeno ahora que una fuerza invisible nos hace más vulnerables a afrontar el nuestro? ¿Nos tragaremos nuestra impotencia ante la ineptitud de los gobiernos para garantizarnos salud y seguridad? ¿Continuaremos enfrentándonos entre nosotros por diferencias insignificantes ahora que la muerte nos hace, más que nunca, iguales?

Extraño muchas cosas, pero renunciaría para siempre a ellas a cambio de que ni yo ni nadie perdamos la esperanza de los abrazos futuros y podamos despedirnos con amor de los nuestros.

En estos días de cielos grises, miedos nuevos y nostalgias viejas, quiero que sepan que estoy pensando en ustedes; no importa si somos cercanos o nunca nos hemos visto; estoy guardando abrazos para quien los necesite porque tengo fe en que pronto podremos vernos y estaremos más dispuestos a la solidaridad y al acompañamiento. Que saldremos al mundo buscando y dando cariño, que estaremos más abiertos al amor, que no nos resignaremos a perder los abrazos y los adioses. Que daremos batalla.

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Alejandra Monroy V.
Alejandra Monroy V.

Written by Alejandra Monroy V.

Estudié diseño y me asombran los humanos, la naturaleza y la ciencia.

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