Escribir a mano.
De pronto el lápiz es distinto, un instrumento nuevo, no es esa herramienta primaria de tus años de infancia. Ahora es un dispositivo y sin embargo la sensación de escribir a mano es la misma. Tu letra es igual y tan diferente ahora sin la fricción entre el lápiz y la rugosidad del papel. El plástico se desliza suave sobre el cristal y tu manuscrito es efímero, tan pronto lo trazas se convierte en una perfecta y ordenada tipografía digital. Los románticos lo rechazarán, yo me pierdo en el asombro.
Escribo y esta acción resume bien la época que me tocó vivir, la mitad de mi vida transcurrió en un mundo análogo, la otra mitad en el mundo digital. Admiro tanto el trabajo manual como los logros tecnológicos. Soy esto, una mezcla entre la añoranza de los tiempos pasados y la sorpresa ante el futuro. Escribo a mano en un dispositivo electrónico y soy más yo, las palabras fluyen solas como un acto mecánico y un cuidadoso razonamiento del momento. Quiero escribir, lo necesito. Quiero decir y quiero callar.
Es todo contradicción, el sino de la época: resguardar la privacidad, exhibirla; opinar de todo, callar lo importante; sentirnos solos y tener a todos cerca; buscar amistad y amor en las pantallas, ignorar la cercanía o el afecto que ha traspasado los años. La vida es esto y esto soy yo. El mundo es un lápiz que sigue escribiendo, antes con carbón, ahora con luz, pero en un idioma antiguo porque hay cosas que cambian, qué bueno, y otras que, por suerte, serán siempre igual.