La fiesta que no fue
Hoy Carlota, mi madre, cumple 80 años; para festejarlo mis hermanos y yo planeamos una gran fiesta con la familia y los amigos; Carlota, que no es muy de fiestas, dijo que sí, pero llegó un virus con corona y nos aguó la celebración.
El sentido común dictó que fiesta no, ni grande ni pequeña, que cada uno en su casa y a cuidarse, así que Carlota recibirá los 80 en su casa, con mi padre y sus plantas; a la sana distancia estarán sus hijos, sus nietos, sus hermanos y sus amigos pensando en ella.
Frente a la computadora estoy yo, escribiendo esto y deteniéndome en una frase: “sentido común”. Por más que lo pienso no encuentro otra característica que describa mejor a mi madre. A pesar de una infancia complicada y una vida vida llena de baches siempre usó su innata inteligencia y sensibilidad para seguir adelante. Fue con amor y sentido común que cuidó a sus hermanos pequeños y luego a cinco hijos, con esas herramientas hizo malabares para que el dinero y la comida alcanzaran siempre; entendió que hombres y mujeres somos iguales y había que demostrarlo desde casa, exigiendo lo mismo a sus hijas e hijos y brindándoles las mismas oportunidades.
Con su sentido común logró que cinco de cinco niños crecieran sanos, tuvieran una profesión y resultaran adultos amorosos, sensibles y solidarios. Esa semilla alcanzo también para que sus 10 nietos estén comenzando su vida arropados por una familia que los quiere y apoya siempre y que ellos correspondan a eso convirtiéndose en esas personas que cada tanto me hacen llorar de admiración y orgullo.
No voy a usar palabras como incansable, inquebrantable y abnegada para describir a Carlota, porque sé que siempre se cansó, que muchas veces se rompió y otra tantas quiso quemarlo todo y salir corriendo sin mirar atrás. Sin embargo se quedó y eso marcó nuestras vidas.
Soy la hermana menor y esa circunstancia me regaló muchos momentos a solas con mi madre. No sé si ella se acuerda de todo lo que me contaba mientras me ponía a limpiar los frijoles, de lo mucho que se rió el día que grité como desquiciada porque me salió un gusano en un tomate; eran esas pequeñas tareas las que me encargaba mientras ella cocinaba diariamente para las diez o doce personas que comíamos en la casa. Tal vez por eso mi infancia estará siempre ligada a los olores de la cocina: al ajo, al epazote, al arroz siempre impecable y delicioso.
Sin embargo, la imagen que más me gusta de Carlota no es en la cocina sino tomando un café y fumando un cigarro sola en el comedor, en silencio, pensando, no sé si lo hacía diario pero recuerdo nítidamente el humo saliendo de su boca y la tranquilidad que me transmitía. La recuerdo también leyendo algún libro, recomendándome leer “Dafnis y Cloe” cuando llegué a la pubertad, diciéndome que lo importante lo teníamos en la cabeza y no en la apariencia, mirándome fijamente mientras me decía que sí, que ella también iba a morirse pero que faltaba mucho tiempo mientras yo, una niña de cuatro años, berreaba afuera del cine por la trágica muerte de la mamá de Bambi.
Ahora, muchos, muchos años después no puedo más que agradecerle esa honestidad y haber cumplido su palabra, porque sigue aquí, viva, lúcida, amorosa, porque su sentido común sigue intacto y es el eje que rige la vida de por lo menos 15 personas con caras de changosmonosgorila que hoy queríamos una gran fiesta para celebrarla pero que en realidad no la necesitamos porque no hay alegría mayor que tenerla cerca, ver sus ojos y escuchar su voz, esperando lograr que cada día de los años que siga con nosotros sea tranquilo y feliz, porque ella lo merece, porque se lo ha ganado, porque su sentido común la trajo hasta este día y queremos que se sienta segura de que seguirlo fue el camino correcto.