Los que murieron ayer
Los que murieron ayer son los mismos que enfermaron de COVID-19 porque tenían que salir a trabajar, los mismos que no pudieron conseguir oxígeno o murieron en sus pueblos sin que nadie supiera de qué enfermaron y por qué sus parientes enfermaron también.
Los que murieron ayer son los mismos cuyas casas les cayeron encima en los sismos, fueron arrastradas en la inundación o arruinadas por el incendio; los mismos que no sobrevivieron al deslave, a la sequía, a la helada.
Los que murieron ayer son los mismos atrapados en medio de una balacera, los que vivían en comunidades controladas por el crimen organizado; los que mueren en la cárcel por sembrar mariguana sin tener otra opción, cuyos cuerpos aparecen en una fosa, en un bote, en una bolsa de plástico; los que nunca vuelven a casa y cuyas madres los buscan hasta morir también.
Los que murieron ayer son los cadáveres que desde años aparecen cerca de las maquilas de Chihuahua, las secuestradas en Tlaxcala, los abandonados en el desierto, los que caen de los trenes buscando una vida mejor en otra parte; las que mueren durante el parto, por una diarrea, una gripe o una enfermedad contra la que no recibieron vacuna o se cura con una pastilla a la que no tuvieron acceso. Los que murieron ayer son los mismos que mañana van a morir de hambre.
Los que murieron ayer son los niños quemados en una guardería, los 43 estudiantes que nunca aparecieron; a los que mató la explosión en San Juanico o las de Guadalajara, la fábrica clandestina de cuetes, el ducto ordeñado, el puente mal construido, el socavón en la carretera, la fuga de químicos en un río, el aire contaminado por la mina, los agroquímicos en los alimentos, las bacterias en el agua.
Los que murieron ayer son los torturados por la policía, los desaparecidos por el ejercito, los chivos expiatorios de los crímenes que todos saben quienes cometieron; los periodistas, los ambientalistas, los defensores de los derechos humanos, los opositores incómodos.
Los que murieron ayer son los mismos de todos los días, los que no tienen voz, los que no cuentan aunque se cuenten, los que mañana serán olvidados porque otra tragedia u otro crimen ocupará los encabezados. Los que murieron ayer son los mismos que acarrearon a un mitin, a los que les compraron su voto, los que creyeron en las promesas de los políticos que por la mañana dan el más sentido pésame a sus familias e investigarán a fondo y llegarán a las últimas consecuencias y por la tarde darán el contrato sin licitación, desviarán presupuestos, cancelarán proyectos prioritarios e impulsará otros absurdos.
Los que murieron ayer creyeron que para mejorar las cosas tenían que ponerse del lado de un partido, dirigente político o una corporación y defender sus agendas que nunca serán las nuestras, sin entender que aplaudir a uno y culpar a otro no sirve de nada porque los políticos y los millonarios nunca son los muertos.
Los muertos de ayer, de hoy y de mañana los pondremos siempre nosotros, los que no tenemos poder ni dinero a montones, los que preferimos no pensar que la corrupción, la negligencia y la indolencia que hoy solapamos y las divisiones que nos imponemos seguirán asesinando día con día.
Si hay que elegir un bando que sea el de los que murieron ayer, antes de que mañana los muertos seamos nosotros y sea la tragedia la que nos haga entender que éramos tan vulnerables como ellos.